viernes, 24 de febrero de 2017

Ropa Tecnica Desordenada

  Ella me lanzo una severa mirada.

     –Podrías colocar el cajón algún día, ¿no te parece?
     –Lo haré– conteste yo con voz cansada y a sabiendas de que aún no lo haría.

   Siempre me machacaba con todo tipo de piropos relacionados con el desorden y la desidia, acusaciones por culpa del lamentable estado de desorden que aquel cajón presentaba. Dicho cajón es el tercero de un pequeño armario que un día con algo más de destreza que de oficio fabrique para aprovechar el hueco que quedaba entre un pilar de obra y una pared en la entrada de nuestro piso.
    En ese cajón guarda toda la ropa y complementos que usaba para salir a correr. Camisetas de infinidad de carreras de las que, por falta de sitio las más viejas y menos gustosas tenía que ir mandando por lotes al pueblo de mi padre, donde luego el lucia por sus calles y caminos orgulloso o, tal vez celado de no haber nacido en otros tiempos donde aquello que el también practicaba de joven y que apenas atendía a miradas se había convertido en un “Bum”. Además de las camisetas también guardaba  allí mi anticuado Garmin 310XT que midió mis primeras Ultras y mis mejores Maratones, pantalones cortos, mallas piratas nunca largas, guantes, pantorrilleras, tubulares, gorros…etc.

    Pero el retraso por poner orden en aquel cajón nunca fue  un acto de rebeldía o de anarquía, el retraso se debía más a un estado de ánimo o a una melancolía por lo que suponía la cantidad de recuerdo que se encerraba entre aquellos paneles de madera. Tenía que esperar el momento idóneo, que fuese una  manera de volverme a elevarme  y no de hundirme, esa era la clave y el momento que yo esperaba con ansia. De ningún modo podía ponerme a doblar todas  aquellas camisetas  impresas con imágenes que me  transportaban a momentos cargados de sudor  adrenalina y lágrimas, si yo no me encontraba con los ánimos ni la visión de un día donde volver a reencontrarme con algo parecido.

  Aquel momento tenía que aplazarse hasta el instante que por el hueco del tirador recortado en la madera surgiese una pequeña línea de luz, por el cual, y con la ayuda de los recuerdos, convertir el simple acto de  ordenar la ropa en toda una ceremonia solemne. Y al igual que un Samurai forjando su espada, poco a poco, sin prisa, buscado la perfección y la armonía del momento la pequeña línea de luz se fuese ampliando hasta formar una ventana por la que saltar y salir de la mazmorra en que se había convertido mi piso en el que yo como un prisionero, vagaba.


  
    Pasaban los días y aquel cajón seguía sin sostener el orden que ella tanto ansiaba, no me apetecía ni mirarlo y por alguna extraña razón cada día apostaba por estar más desordenado sin nadie tocarlo. Era como si en su interior habitase algún tipo de ánima que revolviera la ropa y cambiase de pareja guante y calcetines.
  Pero esta tarde soleada llena de síntomas de un invierno en sus últimos días, sentado en el sofá, devorando con más saña que gusto uno de aquellos tantos libros que acompañaban mis días, resonó en la entrada del piso de nuevo su voz.
       
    – ¡Has colocado el cajón!– su tono mientras pronunciaba las palabras fue pasando de la sorpresa a la alegría terminando por la incertidumbre.
     –Si– fue lo único que me atreví a contestar.


    Aquella mañana había visto salir algo de luz del tercer cajón del armario.